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Seminario de Informática y sociedad. El cuerpo y la técnica moderna (página 2)



Partes: 1, 2

Cuando nos portábamos
mal…

Antes de la modernidad todo
era concebido como vida y lo inexplicable era la muerte.
Incluso, la muerte era
negada, pues se pensaba que era ni más ni menos que el
pasaje a otra vida. "El <alma>
bañaba el todo de la realidad y se encontraba a si misma
en todo lugar. No se había descubierto la mera materia, es
decir, realmente inanimada, <muerta>." Se trataba de una
concepción panvitalista del mundo donde la vida es la
regla y no la excepción.

El individualismo era inexistente en la época
medieval. En ese entonces, "El hombre no
se distingue de la trama comunitaria en la que está
inserto (…)." El hombre estaba
en comunidad con el
mundo y los seres que lo rodeaban. Es mérito de Mijail
Bajtín haber resaltado el carácter de indistinción que
fomentaba el carnaval medieval, en el cual todas las
jerarquías caducaban, las groserías eran la regla,
las distinciones eran abolidas y todo el mundo formaba parte de
dicha festividad. Todos los cuerpos carnavalescos eran iguales.
"El hombre, inseparable de su arraigo físico, es percibido
como concluido dentro de las fuerzas que rigen el mundo." La
fiesta oficial consagraba la desigualdad, las jerarquías y
la exhibición de insignias. En el carnaval los individuos
eran "liberados de las formas corrientes de etiqueta y las reglas
de conducta." Nobert
Elías reconoce el desarrollo de
la individualidad como parte inseparable de un entramado de
interrelaciones de interdependencias, de las relaciones modeladas
entre las personas.

…Y ahora que nos portamos bien

En tiempos anteriores al proceso
civilizatorio las personas comían con las manos, no
tenían pudor de sus funciones
corporales más básicas. A partir de la Reforma a
las diferencias económicas (de estructura o
base) de la edad media, se
les agregaron las diferencias de superestructura. El comer con
cubiertos, cubrir partes del cuerpo y hablar correctamente,
pasaron a ser valores
sociales, formas de distinción superestructurales por
medio de las cuales las clases altas se diferenciaban de las
bajas. Elías trabaja sobre esta separación, a la
que llama proceso de civilización. El cuerpo de las clases
altas, a partir del siglo XVI empieza a ser educado, modelado y
corregido. Aparecen los buenos modales, las buenas maneras, la
buena educación; y sus contrapartidas: la
grosería, la asquerosidad y la falta de delicadeza. En
pocas palabras: la fealdad de las clases bajas. Del cuerpo
grotesco y carnavalesco (con protuberancias, con orificios,
sudoroso y festivo) se ha diferenciado un nuevo cuerpo,
civilizado, limpito y pudoroso. "Todas aquellas particularidades
que atribuimos a la civilización (…), son
testimonios de una cierta estructura de las relaciones
humanas, de la sociedad, de
un cierto modo de organizar los comportamientos
humanos."

El proceso civilizatorio es una forma de
regulación de los comportamientos y la sensibilidad,
regulación que no obedece a un plan concebido
previamente. Que el proceso de civilización se mueve en
determinada dirección, es indudable, pero nadie ha
trazado el recorrido a seguir en ningún mapa. Ya en su
Tratado de las Pasiones del Alma, Descartes
sostiene que para llegar al conocimiento
de las pasiones, Descartes dice que hay que saber diferenciar el
cuerpo del alma. Una de las primeras cosas que observa es que los
pensamientos pertenecen al alma, y no al cuerpo. Los hombres
deben tener una voluntad fuerte para vencer a sus pasiones,
utilizando juicios firmes y sabiendo distinguir entre el bien y
el mal. Es el predominio de la razón sobre la
pasión. El proceso civilizatorio es un proceso de
regulación de los impulsos, las emociones y los
afectos.

Con la concepción dualista del hombre, en la cual
el cuerpo y el alma son separados y entendidos como diferentes,
nació el individuo. El
individuo es autónomo, separado del mundo que lo rodea. Su
piel es la
frontera con
los otros, barrera insalvable, incapaz de comunicar con plena
exactitud su sentir y pensar. El individuo surge "con el
debilitamiento de los lazos entre los sujetos", alrededor del
siglo XVI. Pero esto no significa que las personas desde cierto
momento histórico elijan dejar de tratar con otros, o que
se vayan a vivir a aislados cada una a un monte diferente. Lo
cierto es que el individuo puede sentirse solo, pero está
inmerso en una masa humana. Dice Elías, "Los planes y las
acciones, los
movimientos emocionales de los hombres aislados se entrecruzan de
modo continuo en las relaciones de amistad o
enemistad. Esta configuración fundamental (…) puede
ocasionar cambios y configuraciones que nadie ha planeado o
creado." En el proceso civilizatorio se da un estrechamiento, una
mayor densidad de las
interrelaciones entre las personas, se da una mayor
interdependencia. El individuo está rodeado de otros
individuos con las cuales trata, a los cuales influencia y
percibe, pero que en su mayoría no conoce y es imposible
que conozca. Es el gran entramado de relaciones, donde muchas
personas no se conocen y sin embargo afectan la vida de los otros
mutuamente.

El estudio del proceso de la civilización ha de
tener en cuenta las interrelaciones entre las diferentes clases,
y no a un individuo o una clase,
aislados del resto de la sociedad. Es en la mezcolanza de este
proceso que "Los contrastes de comportamiento
entre los grupos superiores
e inferiores disminuyen con la expansión de la
civilización, al tiempo que
aumentan las variaciones o las matices del comportamiento
civilizado." Esto es lo que lleva a Elías a analizar la
relación entre la burguesía y la aristocracia
cortesana, dueña esta última de los buenos modales,
cuya función
llegó a ser únicamente la de distinguirse.
Según este autor, la aristocracia cortesana es el modelo de
comportamiento al que aspiraba la burguesía. Aún
así, ha de tenerse en cuenta que la aspiración de
la burguesía no era ser como la aristocracia, pues
trabajos sobre la revolución
francesa como el de Albert Soboul han hecho hincapié
en que la burguesía reconocía que la aristocracia
era una pésima administradora de bienes y no
era funcional a la economía. Lo que si
puede tenerse en cuenta es que los patrones de comportamiento, de
regulación gestual y corporal de la aristocracia, fueron
parte de un ideal de la burguesía. El ideal
aristocrático fue el Super Yo de la burguesía,
según Elías.

Este esquema Freudiano le permite al autor además
explicar las variaciones en las relaciones entre las dos clases:
Por un lado la aristocracia impone como modelo sus
comportamientos y valores. Pero por otro lado, y dado que el
entramado de interrelaciones ha llegado a hacerse más
denso y extenso, la burguesía imita los comportamientos
aristocráticos, y comienza a atenuarse la
distinción instaurada desde arriba. Este movimiento de
acercamiento por parte de la burguesía ascendente provoca
que la aristocracia deba cambiar sus patrones de comportamiento,
a fin de renovar la distinción. Se trata de un verdadero
esquema para explicar las fluctuaciones entre las clases. De
todas formas, Elías se encarga de advertir que no son las
clases aristocráticas las que producen el proceso de
civilización, pues esto sería equivalente a admitir
a pasividad asimiladora de las clases inferiores y la adopción
de un modelo de comunicación verticalista, donde el mensaje
va unidireccionalmente de arriba hacia abajo. Elías habla
de un proceso de lucha en sentido gramsciano. Se trata de un
campo de disputa, donde las diferentes prácticas e
identidades se rozan unas con otras y se da la hegemonía
de un grupo sobre
otro.

El concepto de Super
Yo, tomado de la teoría
psicoanalítica, es entendido por Elías como un
concepto histórico, ya que las relaciones entre las clases
y del individuo con el mundo varían a lo largo del tiempo.
Además, la instancia del Super Yo es una instancia
internalizada en el sujeto. Es necesario tener en cuenta que para
Elías el proceso civilizatorio es una selección
de modos y comportamientos que los sujetos
interiorizan.

Las
ciudades: masas de individuos solitarios

Las ciudades son veloces, dinámicas, enormes,
fugaces y a la vez permanentes. Concentran grandes cantidades de
población, personas que a conciencia y
muchas veces sin saberlo influyen sobre la vida de otras
personas. Elías explicaba que en el proceso civilizatorio
las interrelaciones entre los individuos se hacia más
bastas. En la ciudad hay grandes redes interdependientes de
relaciones humanas. Como relata Lewis Mumford, el individuo que
habita estas ciudades es el individuo moderno, dueño de su
propio destino, potente, manipulador y creador. "El individuo
moderno es, por encima de todo, un ser humano móvil", dice
Richard Sennet. El cuerpo quieto en las calles de la ciudad
molesta, obstruye, congestiona. Las calles, las vías de
ferrocarril, las líneas de subterráneos, son todos
sistemas
circulatorios. Los individuos están siempre "de paso" en
las calles de la ciudad. El ideal de la ciudad moderna es como un
cuerpo ajustado a los ideales de la salud, la limpieza y la
buena circulación. La ciudad tiene pulmones, tiene
arterias y un corazón.
La ciudad esta viva y se mueve. La circulación de bienes,
mercancías, de capitales y de personas es salud
económica. Lo importante es que las acciones de las
personas estén coordinadas y la red de interrelaciones siga
funcionando y fluyendo.

Explica Georg Simmel que el entendimiento es la fuerza
interior que se adapta más fácilmente. Es gracias
al entendimiento y no a la sensibilidad y los sentimientos que el
hombre se ve posibilitado de habitar en las grandes ciudades.
"Todas las relaciones anímicas entre las personas se
fundamentan en su individualidad, mientras que las relaciones
conforme al entendimiento calculan a los hombres como con
números (…)." La relación entre los hombres
se vuelve desapasionada, lejana y fría. Los sentimientos
son circunscriptos a las esferas más personales; a los
allegados, a la familia y
los amigos. La vida de la ciudad es precisa, coordinada,
calculada, numeral, puntual, exacta y medible. En estas
circunstancias, el individuo desarrolla una indolencia, una falta
de sensibilidad consecuencia de la cantidad de estímulos
que le llueven, lo atropellan y se le tiran encima todo el
tiempo. Se genera un embotamiento de los sentidos: las
diferencias entre las diferentes cosas que nos rodean no sean
percibidas, sino que "la significación y el valor de las
cosas, y con ello, las cosas mismas, son sentidas como
nulas."

Las calles de la ciudad no están hechas para que
sus habitantes paseen. El continuo movimiento de las calles
requiere que los individuos no presten atención a su entorno. Se trata de un
verdadero embotamiento de los sentidos, pues el individuo debe
aislarse de los ruidos que lo rodean, de las personas que van de
un lado al otro, del contacto con extraños. Ezequiel
Martínez Estrada observa, "el tacto de la ciudad es
percibido con los pies. La mano es inútil para palpar la
ciudad. (…) Es durísima". Y líneas
más abajo la califica de aisladora. La ciudad, sostiene el
autor, se percibe más con la vista que con el tacto. La
vista es permite percibir a distancia, en cambio el
tacto es el contacto más intimo, contacto abolido en la
urbe. Si uno va caminando por la calle o en el colectivo y roza
su cuerpo con algún desconocido, automáticamente
saldrá un "perdón, lo siento". Pero,
¿qué es lo que hay que perdonar? ¿Qué
es tan terrible para obligar a un extraño a disculparse a
otro extraño? El choque de cuerpos en la ciudad, siquiera
el más mínimo roce, es una violación
tremenda de la privacidad, una invasión descarada que debe
ser retractada de inmediato. Las leyes de la
proxémica urbana establecen esferas individuales que deben
ser infranqueables para los extraños. Como explica Simmel,
la actitud entre
los urbanitas está caracterizada por la desconfianza, por
una aversión silenciosa. Sigmund Freud, en el
Malestar de la Cultura
explicó que el hecho de que el otro me sea desconocido, es
la razón principal para desconfiar de él, pues no
sé que daño
puede hacerme.

El automóvil, veloz, obediente y costoso, es el
compañero del urbanita. El auto permite desplazarse
rápidamente por las calles y con un mínimo de
movimientos: los pies presionan los pedales, las manos se mueven
en círculo, acompañando los movimientos
automáticos del volante. El auto no es conducido, sino que
éste es el conductor real, que lleva al individuo a su
lugar de destino. El viajante urbano es sobre todo un ser aislado
que se distancia del mundo que lo rodea. "El viajero, como el
espectador de televisión, experimenta el mundo en
términos narcóticos." Andar por la ciudad,
según Martínez Estrada, es más una
traslación que un viaje. Los "paisajes" urbanos no
están disponibles para que el urbanita los aprecie. Este
debe limitarse a pasar por allí. El subte es el corolario
del viaje urbano: No hay paisaje apreciable posible. Se trata de
un túnel oscuro, sucio y de aire pesado. Nada
te rodea: Las ventanas muestran el vacío, lo negro. Lo
importante del viaje en subte es la rapidez, conseguida en total
detrimento del mundo exterior. El subte es el ataúd
móvil del cual "resucitamos" al final del
viaje.

Otro fenómeno de la ciudad: el apilamiento. Si
los sistemas circulatorios se expanden horizontalmente para que
los cuerpos viajen de un punto de la ciudad a otro, la
situación de los cuerpos fijados en el espacio es
diferente: Se los apila. En oficinas, lugares de trabajo,
edificios de vivienda. Los cuerpos son apilados uno encima del
otro: el del sexto piso está arriba de quien vive en el
quinto, pero tiene arriba al del séptimo. Es ésa la
distribución espacial de la ciudad:
horizontalmente concebida para la circulación;
verticalmente concebida para el cuerpo fijado.

La
libertad del
producto y la
esclavitud del
productor

Dice Mumford que fue determinante para las ciudades
industriales el paso del artesanado a la producción fabril en gran escala. La ciudad
industrial es la ciudad del ferrocarril y la fábrica. La
industrialización logró que las personas se
concentraran en grandes centros urbanos, cuyo imperativo es la
velocidad y la
productividad.
Primero se dieron las grandes concentraciones de gente y luego se
volvió necesario hacer que las ciudades fueran habitables.
Los requerimientos mínimos de sanidad, limpieza, luz y otros
servicios
llegaron mucho después que los habitantes de las grandes
ciudades. Las instituciones
características de la ciudad estuvieron ausentes largo
tiempo, pues la no existencia de regulaciones era el ideal del
liberalismo
económico. Siendo necesario que las mercancías
circulen en la gran ciudad, "hubo alguna regulación
política
conciente del crecimiento y el desarrollo de las ciudades durante
el período paleotécnico (…) en
armonía con los postulados del utilitarismo." Si bien el
culto a la limpieza ya rondaba entre las clases acomodadas, las
clases bajas se vieron privadas de las facilidades sanitarias
hasta pasada la mitad del siglo XIX.

Así como la ciudad está en constante
movimiento, en la fábrica Benjamín Coriat observa
el fenómeno inverso: se requiere que el cuerpo se quede
quieto. La cinta transportadora hace que los productos
pasen frente al obrero, mientras este se queda en un mismo sitio
durante horas. El tiempo productivo se maximiza, en detrimento
del tiempo muerto.

Analicemos esta última figura: el tiempo muerto.
Es el tiempo entendido como improductivo, el tiempo
desperdiciado, que es gasto, en términos de Georges
Bataille. Es el tiempo que el obrero puede tomarse para
descansar, para "respirar". Es el tiempo en que la cinta para y
las mercancías se quedan estáticas. Es decir, se
califica de tiempo muerto al respiro que se le da al ser
vivo, o sea al trabajador. El tiempo vivo de la fábrica es
el tiempo de la mercancía en movimiento y de la automatización máxima de la persona. Vemos
ahora que la figura invierte los términos: se trata de la
vida del objeto y la muerte del sujeto.

El taylorismo significo un paso adelante en el
disciplinamiento de los obreros, al destruir el monopolio que
estos últimos tenían sobre el
conocimiento y el control de los
modos operatorios industriales. Las formas de producción
fueron fragmentadas, llevando la división del trabajo al
límite de que el trabajador tuviera que realizar una
simple y única operación constantemente. De esta
forma, el control de la producción y sus tiempos pasaba a
manos de los patrones. El taylorismo significó la entrada
masiva a la fábrica de obreros no
especializados.

Los movimientos corporales de la producción
taylorista requieren de un cuerpo muy disciplinado, educado para
llevar acabo las acciones adecuadas, las posiciones pertinentes.
Es un cuerpo sometido en todos sus movimientos; un cuerpo
dócil. Los movimientos corporales meticulosamente
estudiados son enseñados a los trabajadores. Luego la
dirección de la fábrica se ocupa de vigilar que las
nuevas pautas de producción sean llevadas acabo de la
manera pertinente. Así, la producción aumenta,
junto con el rendimiento y la economía. El filósofo
Michel Foucault
advierte: "La disciplina
aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos
económicos de utilidad) y
disminuye esas mismas fuerzas (en términos
políticos de obediencia)." La disciplina es un control
minucioso, microscópico y detallista que trabaja sobre el
cuerpo-máquina cartesiano. Es la regulación de
dicha máquina, la determinación precisa de sus
movimientos y gestos. No se trata de ningún aparato o
institución, sino de un poder que se
ejerce, de una microfísica del poder. La disciplina ordena
los cuerpos sometiéndolos a espacios "que establecen la
fijación y permiten la circulación; recortan los
segmentos individuales e instauran relaciones operatorias; marcan
lugares e indican valores; garantizan la obediencia de los
individuos pero también una mejor economía del
tiempo y de los gestos."

Si bien la sociedad contemporánea no es
disciplinaria, en una nota periodística del diario
Clarín se puede ver como siguen teniendo vigencia algunas
de las explicaciones de Foucault. La nota se titula "El dolor de
espalda, un mal que afecta el rendimiento laboral" y fue
publicada el 21 de junio de 2004 (ver anexo, pág. 11). En
el encabezado aparece la leyenda "el año pasado se
perdieron 400.000 días de trabajo". Lo que inmediatamente
la nota resalta es que se han perdido jornadas laborales, que se
ha producido menos. El cuerpo debe estar sano para que pueda
trabajar más. Salud es producción. El breve
artículo de la página siguiente es sube la apuesta:
Para prevenir el dolor de espalda la persona debe: "Levantarse de
la cama girando de costado, apoyándose en los brazos con
las manos. Se debe mantener la espalda recta". "Levantar objetos
flexionando las caderas y rodillas. Los objetos deben ir pegados
al cuerpo." Se trata de un autentico instructivo de
gesticulación el corporal. Para colmo, la
infografía presenta las posiciones incorrectas y correctas
en código
binario (si/no), cuyo corolario hubiera sido la
presentación de las posturas correctas en verde y las
incorrectas en rojo. También, el artículo menciona
que hay países donde mediante cirugía se extrae el
disco vertebral y se coloca un dispositivo artificial. La
máquina debe otorgar al cuerpo la resistencia que
no tiene para realizar los trabajos de la vida.

El delirio de sentirse observado

Los dispositivos de la disciplina se extendieron durante
los siglos XVII y XVIII, dando lugar a lo que Foucault
bautizó como la sociedad disciplinaria. El
panóptico de Bentham es tomado para explicar el control
disciplinario. Dicha construcción arquitectónica
permitía vigilar a los reclusos de una manera
asimétrica: el vigilante no podía ser visto por el
vigilado. El vigilado sabe que se lo vigila, pero no sabe cuando
precisamente su observador le clava los ojos. Es un poder visible
pero inverificable. El vigilado sabe que se lo puede observar en
cualquier momento sin que él sepa precisamente cuando. Las
sociedades
disciplinarias llegan incluso hasta el siglo XX, pero Gilles
Deleuze observa que luego de la Segunda Guerra
Mundial comienzan a abrirse paso las sociedades de
control.

En las sociedades disciplinarias, el sujeto pasa de un
lugar cerrado a otro. Su lenguaje es
analógico. Cada espacio cerrado es un molde que tiene sus
leyes propias. Ejemplos de estos espacios son la escuela, el
hospital y la fábrica, entre otros. Cada vez que uno
ingresa a un nuevo espacio cerrado, la cuenta vuelve a cero. En
las sociedades de control, en cambio el lenguaje es
numérico y los controles son modulaciones. En este nuevo
tipo de sociedades nunca se termina nada, todo es continuo.
Así, "la empresa
reemplaza a la fábrica, y la empresa es un
alma, un gas." Su lenguaje
es el código numérico, con el cual operan computadoras.

La información ha adquirido un valor muy alto
en la sociedad contemporánea. Bancos
informáticos de datos se venden a
las empresas, existen
los códigos de cuenta de las tarjetas de
crédito, las contraseñas de los
correos electrónicos. La computación e internet han hacho posible
el desarrollo de softwares de control, denominados "robots":
pequeños programas que los
diferentes sitios instalan en los ordenadores de los usuarios y
recolectan información sobre sus gustos, sus quehaceres e
intereses. Las bases de datos de
empresas han dado lugar a que de forma jurídica se
reconozca el derecho de Habeas Data, por medio del cual toda
persona puede solicitar la exhibición de registros
(públicos o privados) en los cuales se hallan incluidos
sus datos personales y, de ser necesario, requerir su
rectificación.

Lecturas: Kafka y la bisagra; Burgess y la
alternativa

Deleuze menciona que Franz Kafka
planteó la bisagra entre la sociedad disciplinaria y la
sociedad de control cuando escribió El proceso. Son
"Las formas jurídicas más temibles: el sobreseimiento
aparente de las sociedades disciplinarias (entre dos encierros),
la moratoria ilimitada de las sociedades de control (una
variación continua), (…)." En efecto, Josef K. es
procesado por una razón que jamás llegará a
conocer. Sus intentos de dialogar con el poder que lo juzga son
vanos: recurre a la ayuda del pintor, de un abogado e incluso
visita el lugar donde se le concedió el primer y
único interrogatorio. El poder está en todas
partes, lo observa todo el tiempo, pero K. jamás logra
verlo en concreto.
Sólo puede sacar conjeturas sobre la naturaleza de
las personas que lo juzgan. El lugar donde pudo verle la cara al
juez de instrucción se encuentra en un barrio lleno de
edificios uniformes, altos y grises poblados por gente pobre. El
poder no le indicó jamás como guiarse en el
edificio, por lo cual Josef K. busca es ese mundo
extrañó de escaleras y gente desconocida. El poder
es un submundo que no se revela ni se explica: simplemente
está allí. "(…) La omnipotente y amenazadora
autoridad
paterna habrá sido, en la estrategia de la
ficción, transferida hacia las alturas inaccesibles de la
Ley
última, esa que, sin necesidad de enunciar una culpa
concreta tipificada en los códigos, será siempre
implacable en la aplicación del castigo." El poder sabe
más de K que él de sí mismo, pues le oculta
de que se lo acusa. Finalmente, el acusado se rendirá
frente a un poder inverificable que lo matará:
"<¡Como a un perro!>, dijo; era como si la
vergüenza hubiese de sobrevivirle."

Es interesante abordar otra ficción al respecto:
La naranja mecánica, escrita en 1962 por Anthony
Burgess. Dice el autor: "(…) El ser humano está
dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y
el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede
actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en
apariencia será un hermoso organismo con color y zumo,
pero de hecho no será más que un juguete
mecánico al que Dios o el Diablo (o el todo poderoso
Estado, ya que
está sustituyéndolos a los dos) le darán
cuerda."

Recordemos: Un joven londinense llamado Alex dedica sus
días a la delincuencia.
En una oportunidad es encarcelado. Estando encerrado, se le da la
opción de salir libre: lo único que tiene que hacer
es someterse a la prueba del nuevo sistema Ludovico,
un tratamiento a base de inyecciones y cintas fílmicas que
le impedirá delinquir. Se trata de un Estado que intenta
buscar una alternativa a la sociedad disciplinaria: que el
individuo quede libre, pero sobredeterminado por el poder que se
ha instalado físicamente en su cuerpo. El objetivo es
que la persona esté intrínsecamente regulada, para
que en vez permanecer en lugares cerrados se auto regule con los
preceptos del poder. En la naranja mecánica, se intenta mecanizar el cuerpo al
máximo. El poder genera en el individuo un mecanismo
fisiológico para el respeto a una
elección moral ya
hecha. Se trata de una versión de la regulación
conductista como la relatada por Le Breton, de verdaderos
ingenieros del comportamiento." Es el intento (fallido en
la novela) de
constituir el modelo de cristiano perfecto. Frente a la
demostración del sistema Ludovico, se alzó una
voz:

– El problema de la elección moral –dijo
una goloza (voz) rica y profunda, era la del champlino
(sacerdote) de la cárcel-. En realidad, no tiene
alternativa, ¿verdad? El interés
propio, el temor al dolor físico lo llevaron a esa
humillación grotesca. La insinceridad era evidente. Ya
no es iun malhechor. Tampoco es una criatura capaz de la
elección moral.

– Ésas son sutilezas –sonrió a
medias el Doctor Brodsky -. No nos interesan los motivos, la
ética
superior. Sólo queremos eliminar el delito

Los
genes y usted: cómo entenderse mejor a uno
mismo

La vigilancia es un poder que administra la vida, que
establece una disposición de las fuerzas que resulte
adecuada a los diversos fines. El poder sobre la vida se
desarrolló a partir del siglo XVII en dos formas: Una
anatomopolítica del cuerpo humano,
centrada en el cuerpo máquina, en su educación el
aumento de sus fuerzas y su utilidad. La otra forma es la
biopolítica de la población, que se centra en el
cuerpo-especie, regulador centrado en la población, su
control y su bienestar. El biopoder invade la vida, capturando a
la vida en dos sentidos: el individuo y la sociedad, desde ese
momento puntos de interés por parte del Estado. La
biopolítica está en relación con el proyecto
eugenésico, que intenta la mejorar de los hombres, el
perfeccionamiento de la raza humana.

Entre los primeros eugenésicos se puede mencionar
la regulación de los vínculos matrimoniales. El
más infame fue el que intentaron llevar acabo los nazis el
los años ’40.

El genoma es "la dotación completa de material
genético en el conjunto de cromosomas de un
organismo concreto." El ADN contiene la
información genética
con la cual nacemos, que en su mayor parte todavía nos es
desconocida. Como dice Le Breton, "El individuo se vuelve su
propia copia, su eterno simulacro, por medio del código
genético presente en cada célula."
Ya no es el cuerpo objeto, sino el cuerpo sujeto. La
modificación corporal deviene en una forma de
modificación del alma, de lo inmaterial. Es entendido como
nuestro código genético, que se intenta
desencriptar para lograr un mapa. Un mapa se caracteriza por
mostrarnos precisamente dónde se encuentra algún
lugar específico en relación a otros lugares. El
atlas del cuerpo humano es como si fuera la foto de la tierra de
lejos o el mapa de un país. El mapa genético se
asemejaría a los mapas de las
calles y las ciudades, mostrando mucho más en detalle
nuestra composición. Los instrumentos de
medición que el hombre en principio ha concebido para
conocer el mundo se están proyectando en lo más
profundo de su ser. El ADN puede fragmentarse y extraerse,
también reproducirse artificialmente. Plegada a la
manipulación genética, por lo bajo, aparece la
eugenesia: pues si se trata de manipular, es (en teoría)
para mejorar. Cuando se piensa en clonar, no se piensa en clonar
a cualquiera. Eso es seguro.

Peter Sloterdijk sostiene que la metafísica
es inadecuada para percibir la relación que tienen las
personas con las cosas, ya que cae en la ontología bivalente de sujeto-objeto. Es la
frase "hay información" la que pareciera cambiar las
cosas. "Aquí, el concepto objetivo de espíritu
objetivo se transforma en el principio de información.
Este transita entre los pensamientos y las cosas, como un tercer
valor, entre el polo de la reflexión y el polo de la
cosa." Para Sloterdijk el hombre debe reconocer que hay un
pensamiento,
espíritu o reflexión en las cosas, disponible para
ser recuperado. Se trata de una transferencia del principio de
información al ámbito de la naturaleza, lo que
obliga al hombre a cambiar su actitud frente a los objetos.
Cultura y naturaleza son "estados regionales de la
información y su procesamiento." El ubicar al alma de un
lado y al cuerpo del otro se establece una división y una
relación de dominación, según Sloterdijk son
erróneas.

El código genético, la irrupción de
lo mecánico en lo subjetivo, obliga a repensar las
categorías con que se concebían al mundo. Si el
hombre ha desarrollado la tecnología.
Ésta podría ser entendida como esencial al
desarrollo del hombre y sería natural que luego de haber
avanzado sobre el mundo exterior también se vuelque para
dentro del ser. El hombre ya se ha cambiado a sí mismo
tecnológicamente a lo largo de la historia. La
manipulación genética y la
clonación son para Sloterdijk sólo
cuestión de tiempo. La ciencia no
desea cambiar en algo muy diferente a lo que manipula, concibe a
las materias en razón de su propia resistencia. Es una
manipulación no dominante que ya no trabaja sobre simple
materia prima.
Aún así, el autor no cree que estos nuevos avances
deban estar libres de sospecha, pues habrá que ver como se
desenvuelven los descubrimientos y qué desigualdades
surgirán con respecto al conocimiento.

Jurgen Habermas plantea la cuestión moral:
¿Cómo ha de tratarse a un ser humano creado? Si el
hombre, a partir de la clonación empieza a ser producto
intencional de otro hombre, ¿Cómo se
afectaría la relación? Podría pensarse en
una relación de esclavitud, en tanto la persona clonada se
ve determinada por las decisiones de otra persona. La identidad del
hombre se forma a lo largo de la historia, aunque éste
tenga una base genética. El hecho de que alguien decida
sobre la constitución del ADN de otra persona, no
determina precisamente cómo será esa persona.
"Aunque todos debemos vivir con las determinaciones, los talentos
e impedimentos derivados de un determinado código
genético, (…) dependerá de nuestras propias
respuestas la forma cómo nos enfrentamos a estos hechos
(…)." Si un hombre puede culpar a otro de sus impedimentos
congénitos, ¿qué ocurre? Se trata de la
relación entre producto y diseñador, en la cual si
bien el producto seguirá su curso en la historia, no
dejará de ser eso: un producto. Frente a la actitud
antimetafísica de Sloterdijk, aparece el argumento moral:
no hay necesidad de hacer todo lo que se deba hacer. Como
diría Hector Schmucler, es la voluntad del no
querer.

Schmucler destaca el carácter de imprevisibilidad
del hombre, el azar y la falta de precisión; el "no saber
que va a ocurrir" intrínseco del hombre. "La
técnica provocante impone a la naturaleza la exigencia de
responder de una manera calculadamente determinada." Las
inseminaciones artificiales hacen prescindible el encuentro
sexual entre dos personas. El niño nacido de una
inseminación es el niño prótesis de la
pareja que no pudo concebir naturalmente. La fuerza de trabajo de
la madre deviene en fuerza de gestación, que otros
alquilan. El hombre, por más ciencia y
artificialidad que posea, también forma parte de la
naturaleza. La manipulación genética intenta
someter al hombre libre y su alteridad. Ya lo dije: es obvio que
no se clonará a cualquiera.

Si algo he descubierto es que el azar debe estar siempre
presente y siempre lo estará. ¿No es ese azar uno
de los grandes sabores de la vida? No es posible controlarlo
todo. No es deseable controlarlo todo. Frente a las personas que
declaran ser dueñas del propio destino, yo pienso que me
encanta no ser enteramente dueño del mío.
¿No es ese carácter impredecible lo que tanto a
veces extraño? ¿No es ese accidente repentino, que
se divorcia del guión de la vida diaria, lo que hace a la
vida misma?

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Por:

Tomás González Canosa

UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

Facultad de Ciencias
Sociales

Carrera de Ciencias de la
Comunicación

Partes: 1, 2
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